¿Quién iba a imaginarlo? Un grupo de personas tan distintas, con capacidades, sueños y corazones únicos, cruzando caminos para vivir una aventura que nunca olvidaremos, un viaje inclusivo al Pacífico colombiano. Al principio, éramos extraños. Nos encontramos en el aeropuerto, con miradas curiosas, intentando descifrar quiénes éramos y qué nos esperaba. No había desconfianza, solo esa emoción de los comienzos, de descubrir al otro y al destino que nos unía: el Pacífico colombiano.
El viaje empezó con una cajita. No era cualquier cajita, era una bienvenida llena de detalles: un termo, chocolates, una vela y una carta escrita con amor. Cada elemento contaba una historia de dedicación y cariño, del equipo que soñó esta misión y trasnochó para que fuera especial. Esa cajita fue nuestro primer “hola” al corazón de la misión.
Y entonces, sucedió algo mágico. Alejo, con su calma y sabiduría, leyó su carta en braille, un detalle preparado por Marce que nos recordó que esta experiencia no era solo un viaje, era un espacio de inclusión, respeto y amor por nuestras diferencias. Fue el primer destello de algo mucho más grande: estábamos allí para conectar, aprender y crecer juntos.
Llegamos a un mundo nuevo: una tierra donde el río se encuentra con el mar, donde las montañas cuentan historias y donde la calidez de su gente nos abrazó como familia. La cascada de la abuela nos dio la bienvenida con su magia, mientras caminábamos por la playa y sentíamos la arena bajo los pies, como si ella también celebrara nuestra llegada.
El segundo día nos trajo ballenas y delfines. ¡Qué aventura! Entre mareos, risas y el asombro ante la inmensidad del océano, vimos algo más que animales marinos: vimos un reflejo de nuestra misión, de ser accesibles y conectar con lo extraordinario. Cada canto que escuchamos, cada ola que nos meció, nos recordó por qué estábamos allí.
En Jovi, el ritmo cambió. Entre empanadas que nos reconfortaron y una fiesta que desató risas y bailes, encontramos la alegría de compartir, de soltarnos y simplemente disfrutar. Estebitan, con sus historias interminables, y doña Lucy, con su calma y ternura, nos regalaron momentos que llevaremos en el corazón.
El tercer día nos llegó con una sorpresa, las tortugas. Pequeñas y valientes, corriendo hacia el océano, como nosotros corremos hacia nuestros sueños. Las liberamos con el mismo amor con el que esta misión fue creada, entendiendo que cada paso, por pequeño que sea, tiene un impacto en el mundo.
Luego llegamos a Termales, un espacio de relajación, de spa, de conectar con la naturaleza. De ahí partimos a otro lugar, con canciones que llenaron la lancha de risas y energía. Allí conocimos el viche, compartimos brindis y escuchamos las historias de una tradición que nos conectó aún más con la tierra que nos recibía. La noche terminó con nuestra gala, la noche blanca, donde nos celebramos a nosotros mismos y a la familia que habíamos formado.
Amigos secretos, palabras sinceras, abrazos largos. Cerramos el día con gratitud, con la certeza de que esta misión nos transformó. No solo fue un viaje, fue una experiencia que nos recordó que, aunque diferentes, compartimos un mismo propósito: construir comunidad, crear momentos inolvidables y aprender que en nuestras diferencias está nuestra fuerza.
Hoy, al mirar atrás, sabemos que lo que vivimos no se queda aquí. Nos llevamos risas, aprendizajes, miradas cómplices y el amor por un Pacífico que nos recibió como suyos. Gracias a ustedes, Juli, Alejo, Samu, Mary, Ali, Luis, Marce, Sebas, Yuri, Dani. Gracias por sus historias, por abrir sus corazones y por ser parte de algo tan especial.
Esta misión fue un comienzo, no un final. Lo que aprendimos y compartimos nos acompañará siempre. Porque, al final, no se trata de los días que vivimos, sino de cómo los vivimos, y con quién los compartimos. 🌟
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